El sábado 19 el mundo se paralizó para vivir, aunque sea por un rato (y por televisión), la emoción de un "cuentos de hadas" en la vida real. En la ciudad de Windsor, en la capilla de San Jorge se llevó a cabo la boda entre el príncipe Harry de Inglaterra y la actriz estadounidense Meghan Markle.
La ceremonia fue muy sencilla pero cargada con la pomposidad de un enlace de la realeza. Harry no dejaba de sonreír mientras esperaba a la novia. El príncipe se veía muy elegante en su negro tale militar.
La novia llegó radiante en un traje "vintage" de la casa Givenchy, diseñado por la actual directora creativa de la marca Clare Waight Keller. Un vestido de mangas, color blanco crema y un larguísimo velo terminado en delicados decorados de encaje francés.
Meghan escogió además un muy sobrio peinado sobre el cual lució una flamante tiara de la colección de joyas de la Casa Real de Inglaterra.
Otra nota curiosa fue su maquillaje "muy natural", tanto, que se podían ver las pecas en su rostro. Para algunos críticos de moda el vestido de la ahora duquesa de Sussex fue decepcionante, mientras que otros solo lo consideran "clásico".
No se hicieron esperar las comparaciones entre el vestido de Markle y otras novias reales como el que usó Kate Middleton en el 2011 cuando se casó con el príncipe William o el de la mismísima Diana de Gales para su unión al príncipe Carlos en 1981.
Entre gustos y colores y mientras el mundo se pelea por el garbo de la nueva duquesa, ella celebra su entrada a la familia real. Ahora toca averiguar si con todo a lo que tiene que renunciar por ser esposa de Harry, su historia tendrá un "y vivieron felices para siempre".
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