Es una de las prendas femeninas por excelencia. La falda ha pasado por diferentes variaciones a lo largo de las décadas y siempre es materia de reinvención para los diseñadores, bien sea sola, o como parte de un vestido.
Hasta 1919 las faldas larguísimas, a ras de suelo, y vestidos de igual estampa, dominaban la escena. Llegado 1920 y la bulla americana por el charlestone la falda perdió algunos centímetros y dejó ver parte de la piernas de las mujeres.
En 1930 volvió a bajarse el largo y luego, entre 1940 y 1950 se entregó la moda a un coqueto juego de "si, pero no", dejando un largo midi, a media pierna, que sería el ícono del glamour de esos años. La mayoría de los vestidos de Marilyn Monroe, Ava Gardner y hasta Dorothy Dandridge tenían ese largo.
Cuando la fiebre de los 60 llegó la rebeldía hippie tomó el control, faldas maxi o en su defecto minifaldas llegaron a escandalizar la escena. Igual pasaba con los shorts. Entramos en esa onda de Twiggy y la moda en las revistas y el boom de la cultura pop o cultura comercial.
En los 70 además de faldas cortas las mujeres se regalaron el derecho usar pantalones. Algo que también llegó a los 80 peo que no dejó de lado faldas voladas, al estilo escocés o tutú.
En los 90 la falda lápiz se hizo popular, retomando la estética de los 50 y la mini falda llegó un agregado: los cortes a la cadera.
Desde entonces y hasta nuestros días los largos han bajado y subido generando una especie de moda permanente de falda pero según la ocasión.
Por esos días las faldas y vestidos llevan grande aberturas que dejan ver más allá de lo evidente. ¿Cuál será el futuro de la falda?